lunes, 11 de noviembre de 2013

El origen de los dragones

– Papá, ¿puedo tener un dragón de mascota? Aunque sea uno pequeñito, de este tamaño, más o menos –indicó el pequeño haciendo un gesto con las manos mientras le miraba suplicante–. Por favor.

– Pero, Riall, si ya lo tienes…

El pequeño dirigió a su padre una mirada de incredulidad. Este se volvió hacia él:

– ¿Nunca has escuchado la historia del origen de los dragones?

El niño negó enérgicamente con la cabeza.

– No… pero eso da igual, yo no tengo un dragón.

– No da igual, lo comprenderás a su tiempo… escucha.

Riall se sentó en el suelo dispuesto a enterarse de todo lo que pudiera sobre esas fantásticas criaturas.

– Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, cuando aún nadie creía en la magia, había una
pequeña aldea llamada Norsgard, un pueblo pequeño y tranquilo…

– ¿Nos-gar?

– Norsgard, hijo.

– Ese nombre me suena…

– Claro, es el pueblo de los abuelos.

– Entonces, ¿la historia que me vas a contar es real?

El hombre sonrió a su hijo, quien le miraba con los ojos como platos.

– Es una leyenda: parte real y parte fantasía, pero, por lo que yo sé, esta es bastante fiel a lo que pasó... ¿Por dónde iba?

– Hablabas de Nos… Norga… Norsgard -contestó el pequeño, triunfante-.

– Sí, es verdad… pues, como iba diciendo, en Norsgard nunca pasaba nada extraño; de vez en cuando algún lobo se llevaba una cabra, pero de ahí no pasaba la cosa. El problema era que, extrañamente, aunque los pastores se empeñaban en construir cercados más seguros para los animales…

– Papá…

– ¿Sí?

– ¿Qué es un cercado?

– ¿Qué? Ah, sí. Un cercado es… a ver cómo te lo explico. ¿Has visto las vallas que a veces rodean los jardines y las casas? Pues imagínate eso rodeando a una gran zona con hierba. Ahí dentro es donde se protege a los rebaños. Bueno, sigo… El caso es que, pese a los esfuerzos de los pastores, el ganado continuaba desapareciendo y no podían hacer nada para impedirlo. Incluso decidieron montar guardia por las noches, pero no hubo manera, ni siquiera llegaron a ver a un lobo y, sin embargo, el número de cabras disminuía poco a poco.

» Los vecinos estaban cada vez más preocupados, pero no se les ocurría qué hacer. Por lo tanto, intentaban seguir con sus vidas de la mejor manera posible. Un día, uno de los pastores vio que uno de sus animales se alejaba del rebaño. Preocupado por los lobos, se decidió a seguirlo y a traerlo de vuelta.

» Por suerte para él, la pequeña cabra era fácil de seguir, aunque no tanto de atrapar: parecía como si siempre fuese a la misma distancia por delante del joven. En un momento dado, el cielo se oscureció y un monstruo gigante bajó y atrapó a la chivilla. El pastor decidió ir a investigar y, guardando una distancia prudencial, persiguió a la bestia…

– Al dragón, porque era un dragón, ¿verdad?

El padre sonrió a Riall y continuó narrando:

– … hasta que esta se internó en una cueva. Cuando ya se disponía a marchar, el dragón salió de la gruta y se alejó volando. El pastor no sabía qué hacer, pero entonces escuchó unos balidos que le hicieron decidirse a entrar. Empuñó su cuchillo, si bien sabía que contra aquel monstruo no serviría de nada, y se internó en la oscuridad.

» Siguiendo el sonido, logró encontrar a la cabrita y huyó de aquel lugar a toda prisa. Al volver junto al rebaño, comprobó que todo estaba en orden y decidió regresar a la aldea para ocuparse del pequeño animal, que estaba herido.

» Días después del incidente, cuando el animal ya estaba recuperado de las heridas, el dragón volvió. Fue directo a por el pequeño animal, pero éste le plantó cara. El pastor fue corriendo a ayudarle, pero, a mitad de camino, observó que algo raro estaba pasando. El animalillo estaba creciendo por momentos, su piel se cubría de escamas y de su lomo empezaron a crecer unas alitas membranosas que enseguida alcanzaron un tamaño acorde con el cuerpo. La pequeña cabra era ahora una bestia igual a la otra, pero algo menor.

– ¿La cabra era un dragón?

– Sí, más o menos, ¿quieres oír el final?

– Por supuesto –los ojos del niño, llenos de ilusión, se dirigieron hacia su padre–.

– El joven, espantado, se intentó alejar del lugar, pero, (sobra coma) en ese momento oyó una voz que le decía: “No huyas, no me temas, no te va a pasar nada.” Se giró hacia todas partes y, al no ver a nadie, se dio cuenta de que solo podía haber una fuente. “¿Eres tú, cabrita?”, dijo. El dragón le contestó: “Lo soy, aunque mi verdadero nombre es Ahreena. En realidad, lo que vosotros, los humanos, llamáis cabras, es sólo nuestra forma de pasar desapercibidos en este mundo. En principio yo iba a irme con mis padres una temporada como muchos de los nuestros a mi edad… ella es mi madre. Pero, tras ver cómo me cuidaste después de que me tropezara en aquella cueva, he decidido quedarme contigo.”

– ¿Y vivieron felices para siempre?

– Ahreena sí, los dragones son eternos, pero el pastor murió hace ya años.

– Ahora que lo pienso… cuando decías que yo tenía ya un dragón… te referías a Rin, ¿no?

El padre esperó a que su hijo se diese cuenta:

– Un momento… Rin… Ahreena… ¿son el mismo dragón?

– Sí, ella decidió quedarse viviendo con los descendientes de aquel pastor, uno de tus antepasados.

Riall, contento, empezó a gritar:

– Tengo un dragón, tengo un dragón.

Una mujer entró en la sala donde se encontraba el padre del pequeño:

– ¿Otra vez contándole cuentos al niño? –sonrió y le dio un beso–.

– Bueno, sí, más o menos.

Por la ventana se apreciaba el cielo nocturno y, en él, la silueta de un enorme cuerpo alado.

Fantasmas del pasado.

Nunca sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, dicen.

Se equivocan.

Yo lo sabía, lo sabía demasiado bien, pero no quería creerlo. Y ese fue mi error.

Nunca debí hacer lo que hice. Sé que ella me quería. Supongo que ese fue el problema, yo no estaba preparado en aquel entonces.

¿Lo estoy ahora? No lo sé. No siempre se puede tener una segunda oportunidad, y estoy dispuesto a aprovechar esta todo lo que pueda.

La verdad, después de aquello... nunca pensé que ella pudiese querer volver a saber nada de mí. Cierto es que ha pasado mucho tiempo y que ya nada es como antes. De hecho, creo que ella no recuerda nada de mí. Si es ese el caso, ¿por qué yo sí? Solo la recuerdo a ella. A ella y lo que le hice.

Sin embargo, aunque siempre se dice que la historia se repite... ¿no somos acaso dueños de nuestro destino?

Quiero que esta vez salga bien. No quiero que mis miedos me hagan abandonarla de nuevo.

Porque esto ya no es aquel mundo y nosotros ya no somos Ariadna y Teseo.