lunes, 11 de julio de 2016

"El principito" y otras lecturas obligatorias

Hace tiempo, cuando yo tenía diez u once años, me recomendaron leer, en un espacio de diez años, tres veces tres libros diferentes y así fijarme en cómo mi percepción de los mismos cambiaba según iba madurando.

Estos tres libros eran Momo y La historia interminable, de Michael Ende y El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. 

Los dos primeros me encantaron y los he releído varias veces desde entonces. El principito es el único libro que he devuelto a la biblioteca sin leer.

Además de no leerlo porque no había sido capaz (no me gustaba y punto), me daba vergüenza y miedo contárselo a mi madre, porque ¿cómo iba a no gustarme ese libro? Es decir, es uno de los mejores libros infantiles de la historia, ¿no?

Y esto le pasó a una niña a quien le encantaba leer. ¿Qué hubiese pasado si no me hubiese gustado? 

La respuesta es fácil: hubiese repudiado la lectura. Y no es un caso puntual, con la excusa de querer animar a los niños y jóvenes a leer, en colegios e institutos se dan un montón de casos de lecturas obligatorias. Lecturas obligatorias que acaban leyendo quienes quieren leer; el resto tiran de resúmenes del rincón del vago.

¿Cuántos potenciales lectores se habrán perdido por el snobismo de querer que todo el mundo lea lo que nos gusta a nosotros?

Y es que cada persona es de una manera, y, por eso mismo, cada cual busca unas cosas en la lectura, y son todas igual de válidas. Incluso quienes no leen tienen sus razones y, quizá, puede ser que no hayan encontrado lo que les llene.

Pero, en cualquier caso, forzar a leer no es la solución. Escuchar, animar y recomendar, quizá sí puedan hacer que quien se niegue a abrir un libro hoy, mañana sea un ratón de biblioteca.

PD: esto puede aplicarse a casi cualquier ámbito